En charla con José Ricardo Chaves

El primer contacto que tuve con la Literatura Comparada fue en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, tras acabar la licenciatura a principios de la última década del siglo pasado. Tuve que decidir entre una beca en el Colegio de México para estudiar Literatura Japonesa o una beca en la UNAM para Comparada. Elegí esta última, en parte para aprovechar mis antecedentes en letras francesas.

Inicialmente me interesaron los asuntos de sexualidad y erotismo en las literaturas de fin de siglo XIX (francófona, hispanoamericana, anglófona), sobre todo lo relativo a representaciones de la mujer. Después, en el doctorado, me enfoqué en el tópico de la androginia (con sus categorías anexas de hermafroditismo, homosexualidad, etc.) en el contexto romántico, lo que me llevó al campo del esoterismo en su vinculación con lo literario. Me di cuenta de lo poco desarrollado que estaba este vínculo, sobre todo en el ámbito hispánico, por lo que consideré conveniente darle más énfasis y desarrollo que a los asuntos de sexualidad y género, mucho más abordados por la academia local. De hecho, el estudio académico de lo esotérico (lo que los franceses denominaron esoterología) es un campo comparatista por excelencia, desgraciadamente poco abordado en nuestro medio por ignorancia o prejuicio, y cuando se le aborda, se hace sin método. Su estudio me permitió contactar con otra temática de mi gusto: la literatura fantástica. Todos los asuntos  anteriores los he circunscrito al siglo XIX y principios del XX y los he desarrollado en cursos, ponencias, artículos, libros y demás.

Creo que el perfil comparatista, lejos de fortalecerse en los últimos años, ha tendido a desvanecerse, en buena medida por la creación de un posgrado general en Letras con distintas orientaciones y ya no un Posgrado en Literatura Comparada, como hubo antes. Esto se nota por ejemplo en el uso de lenguas extranjeras en el posgrado que, en el mejor de los casos, se limita al inglés (a no ser que se esté llevando una orientación específica en francés o alemán). Demandar habilidades en otras lenguas en cursos de distintas orientaciones significa la reducción o ausencia de alumnos. En el Instituto de Investigaciones Filológicas la situación ha sido difícil, pues no ha habido una conciencia específica del comparatismo, el que aparece mezclado con los estudios de teoría y poética, y enfocados casi siempre en el siglo XX.

Sin duda lo que contribuyó a impulsar esta área en la UNAM fue la existencia de un posgrado específico en Literatura Comparada bajo la guía de la Dra. Luz Aurora Pimentel (antes de quedar subsumido en un posgrado general en letras) y la existencia de la revista Poligrafías, que lamentablemente ha tenido una continuidad muy dispar.

Algunas de las iniciativas de vinculación académica con profesores e instituciones nacionales e internacionales llegaron a fructificar fueron, por ejemplo, la invitación para dar cursos a profesores extranjeros del área, como Mario Valdés o Lois Parkinson, que promovieron acercamientos metodológicos alternos.

Creo que el comparatismo no es un enfoque solo entre literaturas sino también dentro de cada una de ellas, y en este sentido debiera permear todos los estudios literarios, de cualquier orientación, sobre todo en estos tiempos de “globalización” cultural. En términos laborales, acarrea las mismas dificultades para los egresados, aunque quizá un poco menos, pues al contar con una visión más amplia y más teórica de lo literario, puede eventualmente tener acceso a más posibilidades de estudio que cuando se está concentrado solo en un campo literario.

Teóricamente, creo que el futuro globalizador de la cultura actual debería de fortalecer la perspectiva comparatista en literatura, y en este sentido soy optimista, aunque por otra parte, ante la reducción del campo humanista por visiones tecnocráticas, hay un serio riesgo de que pierda apoyos institucionales.