La Literatura Comparada en la década de 1960

Haciendo un poco de historia, si nos remontamos a aquella década de los sesenta, podremos evocar, como antecedentes al enfoque propiamente comparatista literario, cursos tan memorables como los impartidos por Raúl Ortiz y Ortiz y Rosario Castellanos. En éstos se estudiaban novelas como En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, o Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, a partir de un acercamiento tematológico, sobre todo en cuanto al tratamiento del tiempo, de la memoria, de la historia y del sentido de búsqueda en ambas obras. Por esos mismos años, en el marco de las letras inglesas, hubo otro curso muy solicitado, que de forma explícita se proponía abordar aspectos hoy en día reconocidos como parte sustantiva de la literatura comparada. Este curso estaba a cargo de Margarita Quijano, quien se abocaba al estudio de las influencias que determinadas obras han tenido en otras a lo largo de la historia. En este marco se iluminaba, por ejemplo, la relación y presencia de los griegos por un lado, y de los existencialistas por el otro, en las obras dramáticas de autores como Samuel Beckett y Harold Pinter. Aquellos acercamientos solían tener una visión centrada casi exclusivamente en los tipos de influencia y de diálogo que se podía derivar de la comparación entre determinadas obras, restringiéndolas a universos culturalmente cerrados. El interés que cobró este tipo de cursos motivó a Quijano a pactar un convenio con la Fundación Rockefeller, a partir del cual se comenzó a nutrir por primera vez de forma sistemática a la Biblioteca Samuel Ramos de la Facultad de Filosofía y Letras con bibliografía básica e indispensable para los estudios comparatistas. Dicho apoyo, por otra parte, sirvió al impulso de áreas por entonces todavía poco desarrolladas, que gracias a ello lograron crecer al grado de constituirse con los años en instancias independientes, aun cuando siguen siendo fundamentales para el enriquecimiento de la Literatura Comparada. Una de ellas fue el Colegio de Literatura Dramática y Teatro, que se vio beneficiada con el apoyo de la Fundación al crearse el primer teatro que tuvo la Facultad, bajo el nombre de “Fernando Wagner”. Por otra parte, se creó el primer laboratorio para el aprendizaje de lenguas extranjeras, que fue en un inicio destinado al área de Letras Inglesas y luego se constituyó en parte de la infraestructura seminal de lo que más adelante sería el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras (CELE).

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